1841Hospital San José
Construido entre los años 1841 y 1872 e inaugurado con el nombre de Lazareto de el Salvador, el Hospital San José se ubicó en el sector norte de Santiago, en el costado oriente del Cementerio General.
Su ubicación fue resultado de una serie de políticas que buscaron situar los espacios hospitalarios y mortuorios en zonas periféricas, fuera de los límites del área urbana[1].
Los lazaretos se emplearon como recintos destinados al tratamiento de enfermedades contagiosas que tenían como objetivo reducir su propagación en la población, en un periodo donde la terapéutica médica no alcanzaba a contener el desarrollo y proliferación de epidemias relacionadas con la viruela, el cólera o el tifus [2]. El diseño del lazareto estuvo a cargo del arquitecto Víctor Henry Villeneuve y seguía el paradigma francés que predominaba a mediados del siglo XIX[3]. Durante este periodo su administración pasó a manos de las Hermanas de la Caridad, las que se encargaron del cuidado de los enfermos, aportaron principios de higiene en las disciplinas médicas y contribuyeron al funcionamiento administrativo de las instituciones hospitalarias, en una alianza religiosa-asistencial que también se implementaba en Europa y que fue fundamental para el funcionamiento de diversas instituciones de salud y de control.
El antiguo Hospital San José fue construido siguiendo la conformación arquitectónica de lazareto, caracterizado por extensos corredores, salas espaciosas, jardines e instalaciones abiertas que facilitaban la ventilación. El edificio que, en sus inicios presentaba “una fachada pintada de azul”[4]. se encontraba delimitado por un alto muro perimetral y seguía las influencias del paradigma del higienismo. Este proponía que la salud de las personas se relacionaba con las condiciones del entorno, en contraposición a la perspectiva bacteriológica que explicaba que las enfermedades surgían de agentes patógenos. Si bien la teoría bacteriológica se posicionaría en el tiempo, los preceptos del higienismo y la importancia del entorno en la salud seguirían presentes y nutrirían las nuevas ideas médicas.
Para los médicos era fundamental que los lazaretos permitieran separar a los enfermos sospechosos de los diagnosticados. Por ejemplo, en el caso del cólera, era indispensable que para “esta clase de enfermos haya una sala lo más aislada posible de las de coléricos, donde se les pueda atender, i donde no reciban el contagio, como sucedería, si se les llevase a las salas comunes”[5]. En la segunda mitad del siglo XIX los brotes epidémicos eran frecuentes. Enfermedades como la viruela, el cólera, el tifus y la gripe, entre otras, aparecían año a año con mortíferas consecuencias. En 1879, frente a la propagación de la viruela, la Junta de Beneficencia informaba al Intendente que el Hospital San Borja se encontraba al máximo de su capacidad y no podía recibir más contagiados. Pese a ello, en esa oportunidad no se habilitó el Lazareto, “por demandar muchos gastos en su instalación, a pesar de haber en ese lugar galpones que fueron construidos con ese objeto i además catres i cocina”[6]. En la década siguiente, cuando el recinto inició sus operaciones, debió enfrentar el brote de cólera de 1886. En ese momento, la Junta de Beneficencia tomó medidas para mejorar las condiciones higiénicas del edificio y el cuidado de los enfermos, “acordó colocar estufas i caloríferos en las salas; establecer departamentos de baños en todas ellas; construir letrinas”[7]. Para esta época, las autoridades sanitarias ya estaban al tanto de las consecuencias devastadoras que generaba cada epidemia y estuvieron más dispuestas a invertir en la gestión de las enfermedades.
En el San José, la aparición recurrente de la viruela provocaba su colapso. Tras el surgimiento de los primeros casos, la dotación de trabajadores se veía superada porque el número de enfermos se triplicaba, lo que llevaba a contratar más religiosas, sirvientes y veladores. Las Madres Superioras, responsables de la gestión del lugar, se vieron obligadas a agregar camas adicionales, lo que podía incidir en un mayor riesgo de contagio por el hacinamiento de enfermos. En ese contexto, la Junta reconoció que los lazaretos se hallaban desbordados de enfermos, sobre todo el de San José que era el más grande de la capital, pero que ofrecían prestaciones satisfactorias por el “celo y abnegación de los señores administrativos, así como al esfuerzo del personal médico y de las Hermanas de Caridad”[8]. Además, se dispuso el aislamiento del establecimiento y la prohibición de entrada “a las personas que, según era costumbre, llegaban a imponerse del estado de la salud de sus parientes y amigos”[9].
En 1905, el Inspector Sanitario del Consejo Superior de Higiene presentó al Presidente de esta corporación un informe. Según el documento, el establecimiento constaba “de cuatro salas, dos para hombres y dos para mujeres. Cada sala tiene cuatro pequeñas plazas anexas que se han destinado, las dos primeras para el servicio de la hermana, la tercera escusado y baño, y la cuarta sirve para depositar la ropa personal con que ingresan los enfermos al lazareto”[10]. En esta época, la alta mortandad de las epidemias generaba resistencia de la población para su traslado al recinto, donde muchos afectados eran ocultados por sus familias. Además, la prensa indicaba que la conducción de los enfermos era lenta debido a la falta de ambulancias, incluso los carros de la policía eran utilizados para esta labor. La falencia del servicio generaba que “los enfermos permanezcan mucho más tiempo en sus casas y los peligros de contagio serán mayores”[11].
Durante la década del treinta la dirección del establecimiento cambió. En 1929, cambió la orientación del lazareto y comenzó a considerárselo un hospital, especialmente orientado al tratamiento de la tuberculosis. Además incorporó nuevas secciones como radiología, cirugía y laboratorio[12]. En la década de 1960, el establecimiento se convirtió en hospital general, y décadas más tarde, en el hospital base del área metropolitana norte. En la década de los noventa, se inició la construcción de un nuevo edificio en las cercanías y en 1999, el hospital se trasladó a este lugar. Actualmente, el recinto funciona como centro cultural destinado a mejorar la calidad de vida de la población adulta mayor y alberga las dependencias de la Unidad de Patrimonio Cultural de la Salud, que custodia valioso material y registros de la historia de la salud en Chile.
[1] Marco Antonio León, Sepultura sagrada. Tumba profana. Los espacios de la muerte en Santiago de Chile, 1883-1932. Santiago, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Lom Ediciones, 1997.
[2] Francisco Muñoz, “Cordones sanitarios, lazaretos y cuarentenas: la profilaxis y el rol del cuerpo médico durante la epidemia de cólera en Concepción (1886-1888)”, Tiempo y Espacio, nº 40, 2018, pp. 63-76.
[3] Miguel Laborde Duronea, Medicina Chilena en el siglo XX. Santiago, Farmacéutica Recalcine, 2002, p. 23.
[4] El Mercurio, 27 de junio de 1913, Una visita al Lazareto de pestosos.
[5] Informe de los médicos de lazaretos sobre el tratamiento del cólera asiático presentado a la Junta de Salubridad. Santiago, Imprenta Nacional, 1887, p. 8.
[6] Sesiones de la Junta de Beneficencia: Libro quinto de acuerdos de la Junta de Beneficencia de Santiago, 1873-1882, sesión de 14 de mayo de 1879.
[7] Sesiones de la Junta de Beneficencia: Libro sesto de acuerdos de la Junta de Beneficencia de Santiago, 1882-1886, sesión de 21 de julio de 1886, fj. 387.
[8] Libro décimo tercero de acuerdos de la Junta de Beneficencia de Santiago, 1906-1910, sesión en 30 de junio de 1909, fj. 455.
[9] El Mercurio, 22 de enero de 1912, “Aislamiento del lazareto”.
[10] Las Últimas Noticias, 31 de julio de 1905, “El Lazareto de San José”.
[11] Las Últimas Noticias, 13 de junio de 1913, “Los avances de la viruela”.
[12] Ricardo Cruz Coke, Historia de la medicina chilena. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1995, p. 540.